lunes, 24 de septiembre de 2007

EN EL RITZ SE JUEGA AL RISK

Juan José Sanchis se veía imperial, con su mejor traje italiano y su corbata azul marino, con un pequeño escudo de la corona regalo de (no podemos decir quién, por no buscarnos un problema con la Moncloa).
- Disculpe que no me levante, la gota me está matando – el Rey hizo un pequeño ademán de levantarse.
- No se preocupe, no he padecido esa enfermedad pero mi suegro sí, y es bastante dolorosa, me hago cargo – contestó Juan José, rápidamente.

Antón L. II rió para si ( en festoniano, que viene a ser un dialecto del ruso pero con más diéresis de las normales) sobre algún chiste privado que sólo entendía él.
Desde luego Juanjo no le hubiese entendido, pero eso no suponía ningún problema. Él sabía que lo de ser Conde era un título que le proporcionaría cierto nivel, el Condado que fuese, sería digno de representante de cualquier lugar en la Tierra.

lunes, 17 de septiembre de 2007

HISTORIALES MÉDICOS

Años antes de que esas siglas cobrasen otro significado, Juanjito ya se definía con las mismas: “PP”, Pies Planos, su resultado en la revisión médica anterior al ingreso en el Servicio Militar. Al llegar a su mayoría de edad había esperado ingresar en el Ejército, nada más noble que servir a la patria; pero la idea de ser un recluta plebeyo más le entusiasmaba menos que unas vacaciones picando piedra en una Canterería de Siberia.

Es por ello que sus pies le rindieron un buen servicio, y valoró cuáles serían sus opciones: esperar a ingresar en las Milicias Universitarias parecía la mejor opción. Y así lo hizo.

Una vez dentro del Ejército su entusiasmo se atemperó bastante. Aquello no era lo que había pensado: consideraba que la mayor parte de sus colegas de promoción eran unos descreídos que habían optado por aquella vía para librarse de destinos ingratos o resignados a tener que pasar por el Ejército después de haber quemado todas sus intentonas de prórroga por estudios.

Además, había fantaseado con la idea de recibir una detallada instrucción tanto física como con el manejo de las armas, pero apenas le enseñaron unas cuantas nociones básicas que ya conocía, porque desde pequeño había acompañado a su padre a cazar patos.

El Ejército - aquel ejército - se le quedaba pequeño. Entonces investigó y el azar le puso en la buena pista. La Legión Extranjera, eso sí que era un ejército como Dios manda.

jueves, 6 de septiembre de 2007

JUANJITO Y SUS AMIGOS

Desde el primer día de la Universidad, cuando Juanjo Sanchis había entrado en la clase de Derecho Civil I, en un aula gigantesca y austera y se había sentado a su lado, Juanjito y Anacleto habían sido amigos.
No tenían muchas cosas en común: mientras que Juanjo era un chico más bien retraído, acostumbrado a ver, oír y callar; Anacleto actuaba como si fuese el amo del mundo: allí dónde entraba se las ingeniaba para ser el centro de atención.
Anacleto, sin embargo, aspiraba a llevar los polos de Ralph Lauren que Juanjo parecía coleccionar, a conducir el Wolksvagen Golf verde oliva de su amigo (un buen coche, su padre era mecánico y de eso sabía un rato); y a irse de vacaciones con la familia a un crucero por la Polinesia, como el que habían disfrutado los Sanchis el año anterior.
Mientras tanto él pasaba los veranos ayudando en el concesionario de su cuñado y zampando tortilla y gaseosa en los picnics que su madre preparaba en la arena de la playa de la Malvarrosa.

Se juntaban en las últimas filas del anfiteatro forrado en madera del aula o en la cafetería y Juanjo observaba cómo Anacleto, sin aparente esfuerzo, conseguía obtener la atención y favores de las chicas más populares de la Facultad.
También solía sentarse con ellos Alfredo, un chico bajito y con alopecia galopante, pero que tenía como garn virtud ser del clan de los Giner, "los constructores". A Juanjo no le caía muy bien, pero Anacleto parecía encantado con su compañía.
Trampeando conseguían sacar la carrera poco a poco, hasta que en abril del segundo año (aunque Juanjo seguía con cuatro colgadas de primero, nunca le había gustado estudiar); Anacleto dejó de aparecer por la Facultad.

En aquella época Anacleto salía con Inés, una chica alta, rubia y contoneante; que ya había conseguido trabajo como peluquera en uno de los salones más afamados del centro de Valencia. Dejado llevar por la exuberancia de la fémina, Anacleto perdió el oremus y ganó en descendencia, por lo que su padre le consiguió un trabajo de vendedor en una empresa de coches usados y le gestionó un préstamo para una VPO en la Fuensanta.

Fue entonces cuando Anacleto desapareció momentáneamente de la vida de Juanjo, para reaparecer años más tarde de manera espectacular, aunque esa historia será contada más adelante.

En este momento tenemos a Juanjito con 22 años, lleno de compromisos sociales y familiares y cada vez más cercano a los Giner. Alfredito Giner se había ganado su confianza (al tener más dinero que él, seguro que no eran amigos por el interés), y él fue quien mejor entendió las ideas de Juanjito sobre la unidad , grandeza y libertad territoriales, ya que comulgaba con esas ideas al 100%.

Y fue Alfredito , por último, quien inició a Juanjo en el Ejército de la Última Legión

martes, 4 de septiembre de 2007

¿PERO QUIÉNES CARAJO SON ESOS TAL SANCHIS?

A pesar que hacía más de media hora que toda la familia se había levantado de la mesa, Pere Sanchis continuaba sentado en la silla presidencial, en el porche de la vivienda familiar. A sus pies, Gorky dormitaba satisfecho, enroscado sobre si mismo, aprovechando la sombra de la silla del cabeza del clan.
A Pere le gustaba quedarse allí, meditando, en las sobremesas del domingo. Cuando eran más pequeños, desde allí podía ver a sus hijos jugar y pensar en su futuro, en cómo se manejarían al frente de la empresa familiar: “Azulejos Pere Sanchis, SA”.
Pero sus hijos crecieron, el mayor, Antonio, estudió derecho y se hizo notario y sólo tenía al pequeño para que aguantase sobre el futuro de la empresa. Juanjito. Entonces tenía 27 años. Estaba en tercero de Derecho. Algo había que hacer con Juanjito.
Buscó las cerillas para volver a encender el puro, pero no encontró la caja. Hizo ademán para levantarse, pero un dolor intenso le partió desde el hombro hasta el dedo gordo del pie, pasando por las lumbares, rodillas, tobillos y una decena más de huesos y músculos.
Estaba mayor. Era irremediable.
El siguiente lunes ya no fue al despacho. Juanjito lo hizo.
Los siguientes dos años transcurrieron para Pere tan veloces que de hecho, fueron como si no se hubiese levantado de aquella mesa, con la cuchara de madera aun medio llena de granos de la paella dominical.
Consiguió poner en vereda a Juanjito: un par de instructores y un cambio de Universidad le consiguieron dar el título de Licenciado. Claro que también había ayudado aquella chica, María, tan estudiosa, tan buena hija de tan buena familia. La boda estaba casi lista, en la Catedral. Había necesitado hacer unas llamadas para saltarse la lista de espera de parejas de novios.
La empresa había ido languideciendo, como tantas azulejeras, empeñadas en hacer los negocios como “toda la vida”. Por lo que Pasqualet, el capataz de toda la vida y hombre de confianza de Pere le contaba, Juanjito no tenía mucha mano izquierda con los trabajadores, que llevaban en el negocio tanto tiempo como él pantalones largos.
Cuando Pasqualet le contaba las penurias empresariales que discurrían entre bambalinas, Pere se entristecía, hasta que llegó un momento en que, extrañado, comenzó a notar que la indiferencia le inundaba, así que seguía permitiendo que Pasqualet le explicase, pero más por la satisfacción de saberse aún importante para alguien, porque lo cierto es que los azulejos le daban ya igual.

lunes, 3 de septiembre de 2007

EL MÁS ENTERADO DE LA CORTE

Antón L. se disponía a realizar uno de los juegos malabares más complicados que existen: cuadrar el presupuesto del Rey de Festonia. Alexander de Bonjou, el legitimo Rey de Festonia (aunque nacido en Paris y cuyos reales enormes pies no han pisado nunca las fértiles tierras de Festonia), tenía tendencia a los excesos desde pequeño.
Una tarde de hace muchos abriles, para celebrar el cumpleaños del pequeño Ivan, junto con el té no sirvieron las clásicas pastas inglesas, sino un enorme pastel de brownie con nata.
Dicho pastel podía haber alimentado sin problemas a cuatro familias numerosas durante un par de días, pero a Alexander nunca le había gustado dejar nada a medias.
Así que, él solito, se manducó el pastel entero. Ni dos meses de internamiento en el hospital le habían hecho entrar en razón. “Sí, volvería a hacerlo”, repetía una y otra vez cuando su aya – freuleund Katherina- intentaba hacerle entrar en razón.
Cincuenta años más tarde, aquel mozuelo terco continuaba martilleando la carcasa de la vida a su conveniencia.
Antón L., hijo de Antón L. (senior), había estado a cargo de las cuentas reales desde que su padre decidiese pasar a mejor vida, si es que es algo que se puede decidir.
Al Rey le disgustó la marcha de su padre – así se lo hacía saber en sus sesiones de ouija con madame LeBourgoise- , pero como no tenía otro remedio contrató a su hijo para que siguiese con la tarea familiar.
Antón L. segundo era una persona con recursos, así que ideó un plan para poder conseguir los tres millones de euros anuales que el Rey necesitaba para subsistir.
Es por esto que, como los grupos de rock, habían tenido que ir cambiando de país con mucha frecuencia, primero Francia, luego Inglaterra, más tarde Italia, y ahora, se encontraba en Madrid.

En Madrid el Rey se hospedaba en dos Suites: él en la Suite Real – la más apropiada, seguro-; y anexa una Suite de Lujo que se había convertido en despacho de recepción de los candidatos.

Antón L. – que, sin embargo, se hospedaba en la Pensión “Lisboa”, junto con Alexis F.; el mayordomo del Rey, llegó media hora antes de lo pactado en la entrevista del día de hoy.
El salón de la Suite de Lujo, con tres ventanales recubiertos de espesas cortinas verdes, ofrecía una vista a los jardines exteriores – y a las caquitas de perritos -, y al Museo del Prado – al que el Rey, enojado porque no exponía el retrato que había donado su tatarabuelo hacía 200 años, se negaba a entrar.
Apenas había abierto la carpeta, el Rey irrumpió en el salón, frenético:
- ¡Antón, no sé cómo te consiento que sigamos con esto! – inquirió, apuntándole a la nariz con su real dedo.
- Su majestad, sé que no es de su agrado, pero es totalmente necesario – contestó Antón L., con un deje imperceptible de impaciencia - como observará en este gráfico – prosiguió, mostrándole un folio con una línea ascendente -, sus gastos han aumentado sin parar mientras que sus ingresos caen – la línea amarilla, deprimida, estaba en picado.
- ¡A mí eso no me importa, en absoluto! ; - aunque, sin embargo, ocupó el lugar que le correspondía para recibir al candidato – Al menos, ¡ponme un conyac! – arrugó el gestó y matizó - ¡Pero que sea de conyac, nada de lo que me pusiste el otro día en la copa!... ¡MATARRATAS!
Antón L. se apremió a servirle la copa directamente de la botella abierta. No había escanciado ni una gota cuando el Rey se levantó de un respingo:
- ¡De esa botella no, inútil!. De la que está con el precinto puesto, tú me quieres dar MATARRATAS de nuevo. Como si no os conociese. Vaya familia, el padre abandona sin dejarme en el reino como juró, y el hijo me hace pasearme por el mundo y beber MATARRATAS todos los días.
Antón L., sin inmutarse, cerró con firmeza la botella y desprecintó la que se encontraba detrás, con rapidez pero con maña, para que no se notase que el precinto estaba despegado, y que, de hecho, aquel precinto llevaba tantos años de servicio como él.
En aquel momento, sonó la puerta y la imponente figura de Alexis F. entró en la sala:
- Señores, nuestro invitado ha llegado – dijo, con voz engolada.
- De acuerdo, dile que pase – contestó el Rey, acomodando su real trasero y balanceando la copa, distraídamente.
Alexis F. abandonó la sala para volver un momento más tarde.
- Su Majestad, le presento al señor Sanchis
Y en ese momento justo comenzó la relación de los Sanchis con la Realeza.