martes, 4 de septiembre de 2007

¿PERO QUIÉNES CARAJO SON ESOS TAL SANCHIS?

A pesar que hacía más de media hora que toda la familia se había levantado de la mesa, Pere Sanchis continuaba sentado en la silla presidencial, en el porche de la vivienda familiar. A sus pies, Gorky dormitaba satisfecho, enroscado sobre si mismo, aprovechando la sombra de la silla del cabeza del clan.
A Pere le gustaba quedarse allí, meditando, en las sobremesas del domingo. Cuando eran más pequeños, desde allí podía ver a sus hijos jugar y pensar en su futuro, en cómo se manejarían al frente de la empresa familiar: “Azulejos Pere Sanchis, SA”.
Pero sus hijos crecieron, el mayor, Antonio, estudió derecho y se hizo notario y sólo tenía al pequeño para que aguantase sobre el futuro de la empresa. Juanjito. Entonces tenía 27 años. Estaba en tercero de Derecho. Algo había que hacer con Juanjito.
Buscó las cerillas para volver a encender el puro, pero no encontró la caja. Hizo ademán para levantarse, pero un dolor intenso le partió desde el hombro hasta el dedo gordo del pie, pasando por las lumbares, rodillas, tobillos y una decena más de huesos y músculos.
Estaba mayor. Era irremediable.
El siguiente lunes ya no fue al despacho. Juanjito lo hizo.
Los siguientes dos años transcurrieron para Pere tan veloces que de hecho, fueron como si no se hubiese levantado de aquella mesa, con la cuchara de madera aun medio llena de granos de la paella dominical.
Consiguió poner en vereda a Juanjito: un par de instructores y un cambio de Universidad le consiguieron dar el título de Licenciado. Claro que también había ayudado aquella chica, María, tan estudiosa, tan buena hija de tan buena familia. La boda estaba casi lista, en la Catedral. Había necesitado hacer unas llamadas para saltarse la lista de espera de parejas de novios.
La empresa había ido languideciendo, como tantas azulejeras, empeñadas en hacer los negocios como “toda la vida”. Por lo que Pasqualet, el capataz de toda la vida y hombre de confianza de Pere le contaba, Juanjito no tenía mucha mano izquierda con los trabajadores, que llevaban en el negocio tanto tiempo como él pantalones largos.
Cuando Pasqualet le contaba las penurias empresariales que discurrían entre bambalinas, Pere se entristecía, hasta que llegó un momento en que, extrañado, comenzó a notar que la indiferencia le inundaba, así que seguía permitiendo que Pasqualet le explicase, pero más por la satisfacción de saberse aún importante para alguien, porque lo cierto es que los azulejos le daban ya igual.

1 comentario:

Alicia Liddell dijo...

¡Me encanta! El detalle de Pasqualet es auténtico.