lunes, 3 de septiembre de 2007

EL MÁS ENTERADO DE LA CORTE

Antón L. se disponía a realizar uno de los juegos malabares más complicados que existen: cuadrar el presupuesto del Rey de Festonia. Alexander de Bonjou, el legitimo Rey de Festonia (aunque nacido en Paris y cuyos reales enormes pies no han pisado nunca las fértiles tierras de Festonia), tenía tendencia a los excesos desde pequeño.
Una tarde de hace muchos abriles, para celebrar el cumpleaños del pequeño Ivan, junto con el té no sirvieron las clásicas pastas inglesas, sino un enorme pastel de brownie con nata.
Dicho pastel podía haber alimentado sin problemas a cuatro familias numerosas durante un par de días, pero a Alexander nunca le había gustado dejar nada a medias.
Así que, él solito, se manducó el pastel entero. Ni dos meses de internamiento en el hospital le habían hecho entrar en razón. “Sí, volvería a hacerlo”, repetía una y otra vez cuando su aya – freuleund Katherina- intentaba hacerle entrar en razón.
Cincuenta años más tarde, aquel mozuelo terco continuaba martilleando la carcasa de la vida a su conveniencia.
Antón L., hijo de Antón L. (senior), había estado a cargo de las cuentas reales desde que su padre decidiese pasar a mejor vida, si es que es algo que se puede decidir.
Al Rey le disgustó la marcha de su padre – así se lo hacía saber en sus sesiones de ouija con madame LeBourgoise- , pero como no tenía otro remedio contrató a su hijo para que siguiese con la tarea familiar.
Antón L. segundo era una persona con recursos, así que ideó un plan para poder conseguir los tres millones de euros anuales que el Rey necesitaba para subsistir.
Es por esto que, como los grupos de rock, habían tenido que ir cambiando de país con mucha frecuencia, primero Francia, luego Inglaterra, más tarde Italia, y ahora, se encontraba en Madrid.

En Madrid el Rey se hospedaba en dos Suites: él en la Suite Real – la más apropiada, seguro-; y anexa una Suite de Lujo que se había convertido en despacho de recepción de los candidatos.

Antón L. – que, sin embargo, se hospedaba en la Pensión “Lisboa”, junto con Alexis F.; el mayordomo del Rey, llegó media hora antes de lo pactado en la entrevista del día de hoy.
El salón de la Suite de Lujo, con tres ventanales recubiertos de espesas cortinas verdes, ofrecía una vista a los jardines exteriores – y a las caquitas de perritos -, y al Museo del Prado – al que el Rey, enojado porque no exponía el retrato que había donado su tatarabuelo hacía 200 años, se negaba a entrar.
Apenas había abierto la carpeta, el Rey irrumpió en el salón, frenético:
- ¡Antón, no sé cómo te consiento que sigamos con esto! – inquirió, apuntándole a la nariz con su real dedo.
- Su majestad, sé que no es de su agrado, pero es totalmente necesario – contestó Antón L., con un deje imperceptible de impaciencia - como observará en este gráfico – prosiguió, mostrándole un folio con una línea ascendente -, sus gastos han aumentado sin parar mientras que sus ingresos caen – la línea amarilla, deprimida, estaba en picado.
- ¡A mí eso no me importa, en absoluto! ; - aunque, sin embargo, ocupó el lugar que le correspondía para recibir al candidato – Al menos, ¡ponme un conyac! – arrugó el gestó y matizó - ¡Pero que sea de conyac, nada de lo que me pusiste el otro día en la copa!... ¡MATARRATAS!
Antón L. se apremió a servirle la copa directamente de la botella abierta. No había escanciado ni una gota cuando el Rey se levantó de un respingo:
- ¡De esa botella no, inútil!. De la que está con el precinto puesto, tú me quieres dar MATARRATAS de nuevo. Como si no os conociese. Vaya familia, el padre abandona sin dejarme en el reino como juró, y el hijo me hace pasearme por el mundo y beber MATARRATAS todos los días.
Antón L., sin inmutarse, cerró con firmeza la botella y desprecintó la que se encontraba detrás, con rapidez pero con maña, para que no se notase que el precinto estaba despegado, y que, de hecho, aquel precinto llevaba tantos años de servicio como él.
En aquel momento, sonó la puerta y la imponente figura de Alexis F. entró en la sala:
- Señores, nuestro invitado ha llegado – dijo, con voz engolada.
- De acuerdo, dile que pase – contestó el Rey, acomodando su real trasero y balanceando la copa, distraídamente.
Alexis F. abandonó la sala para volver un momento más tarde.
- Su Majestad, le presento al señor Sanchis
Y en ese momento justo comenzó la relación de los Sanchis con la Realeza.

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